Me sumerjo en el agua como si fuera volver de alguna forma
al útero. Renazco en cada subacuático, los pulmones se me llenan de vida en
cada brazada, admiro los anillos que crean mis dedos al entrar al agua, miro
las burbujas de la respiración paulatina. Después de cuatro años de no nadar,
volver es casi como renacer. A medida que avanzo los pensamientos se aclaran y
pareciera que vuelo. Los pies van y
vienen a su propio ritmo, divertidos de retomar ese vaivén acuático.
Llego al otro extremo, terminamos. Les compañeres van
llegando y se acercan demolides a las botellas. Un chico de nariz aguileña, con
aspecto de cuervo mira, evalúa y se va acercando cual ave carroñera. La
profesora da una actividad tranquila: 100mts de pecho. Salgo y vuelvo a mi
ciclo de admiración. Es increíble que haya pasado tanto tiempo distanciada de
algo que me hace tan bien. Ya en los últimos metros se me escapa una risa, que
viaja en una burbuja para explotar distención en alguna otra parte.
Tomo un poco de agua y el cuervo viene agotado. Con mirada
lasciva reflejando las ansias de una nueva conquista, empieza a tratar de
entablar una conversación. Se embarra y contradice a las pocas palabras, el
silencio lo confunde y una respuesta sarcástica lo termina de descolocar. “Nunca
te miré mucho, me resultas conocida pero no... Bueno, sí, te estaba mirando.
¿Sabés por qué te miraba?” Se me levanta una ceja, ¿qué pelotudez llegará a
decir este intento de langa? Pensé en una o dos, divertida ya de tanto paki.
-Porque me molesta mucho que una mina sea más
rápida que yo. Lo mismo me pasó con ella -Mira a la profesora, de unos dos años
más que él-, no la pude alcanzar nunca.
El tablero se da vuelta y la respuesta me descoloca a mí. Ni
siquiera el cloro pudo secarme tanto alguna vez. ¿De verdad me está diciendo
eso? ¿De verdad es tan de manual esto? Si lo contara, parecería mentira de tan
burdo que es.
-Y, encima, ¿cuántos tenés? 15-16, ¿no? - continúa
envalentonado por poder al fin decir eso. Casi que se podía ver el pensamiento
en sus ojos: “a esta la hago comer de la mano como buen macho dominante”
-16 recién cumplidos. - contesto sin dejar el shock de tal
repentino arranque.
-Bueno, y encima sos una pibita de 16 años… y sos más rápida
que yo. – agrega, casi con la libido en la lengua, el fiel seguidor de “La
cátedra del macho” de Coco Sily. - Ahora hice trampa porque te quería alcanzar…
Me fui en pique de crol una parte y no te llegué ni a tocar los pies.
Si el músico facho es un milico con guitarra, éste es un
macho con patas de rana. Me quedé en silencio, viendo el ejemplo de machismo
teórico más claro del mundo. Los galgos de ese esquema patriarcal de relaciones
tóxicas tirados, me asquearon. El agua se volvió hielo duro y denso. No le
respondí con el machismo internalizado y con la complicidad que esperaba, ni
siquiera el atisbo de una sonrisa se divisaba en mi cara. El de la nariz de
águila lo supo y tomó agua, un poco para hidratarse y otro poco para disolver
la tensión del aire. No era su día de aciertos, se ve.
Hicimos algunos metros para elongar los músculos y salimos.
Ni el agua ni el juego de burbujas pudieron volver a distenderme.
Todavía dura de tantos impactos, caminé hasta casa. Y recién
ahí, a metros del portón naranja tan distinto al fondo celeste de la pileta, se
me ocurrió el revés pichotesco que canalizaba toda mi inverosimilitud y toda mi
bronca: “¿Sabés? Además de ser mina, tener 16 años, no nadar desde hace 4 y,
adiviná, ser feminista, soy más rápida y más estable que tu masculidad.”
Hubiera sido letal.
Foto: Simone Manuel, primera nadadora afroamericana en ganar los Juegos Olímpicos |
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