Recuerdo otoñal

Holu! Cómo va? Hoy les quería compartir la primer tarea que tuve en Taller de Expresión 1. Teníamos que contar en 200 palabras la primera vez enfermes/accidentades. Es un re desafío lo del límite de palabras pero es re necesario (y llega hasta a ser divertido lo-quí-si-mo) 


Recuerdo otoñal

Hoy es uno de esos días grises, que acentúan los tonos naranjas. La luz entra a caudales por los ventanales de la planta baja. Las maderas de la reposera instalada en el living tienen rugosidades y mis dedos las recorren sin descanso. Un misterio se oculta en esas grietas, estoy segura.

Adentro mío se está librando una batalla, como las de San Martín y sus valientes granaderos. Mamá me dijo que mi cuerpo arde por eso. Hay un ejército rojo y otro blanco que están peleando para mantenerme bien. Lo que tengo que hacer es tomar mi jugo de naranja para recargarles las municiones y quedarme en la reposera, tapada con la frazada de lanas de colores y cariño. Mi parte en la guerra es esa: una reposera, un jugo, la voz de Bob Esponja de fondo y el libro rojo que mandó la Señorita Nora. 

De tanto ser un campo de batalla, mi cuerpo está cansado, pero cumplo noblemente mis tareas para que no muera ningún granadero. Jugamos todo el día con mamá y, como si fuese una ironía, me siento terriblemente viva. Aunque el cielo esté gris, todos los colores son vibrantes. Sin duda, veo mejor en otoño.


Atardecer en el Ombú- otoño/invierno 2020.
Natalia Rótolo


Cuentenme si alguna vez escribieron con límite de caracteres/palabras o si esta consigna les sirvió como disparador. Comenten si lo escriben, por fa! 
Beso, 
Naty

Al rojo vivo- Una nueva presentación de mi persona

Buenas! Pasó mucho tiempo desde que creé este blog y, de repente, me pareció necesario compartirles cómo me narro a mi misma. La hice para una materia de la facu (Taller 1 Klein 💚). Así que, acá va mi (mini) autobiografía.


Autorretrato, 2020.

Al rojo vivo

Nací en pleno incendio de 2001. Con otro tipo de brasas, muchas mujeres han hecho hogueras para invocar libertad. En Roque Pérez, mi bisabuela, un fuego bravo, decidió huir con mi bisabuelo a construir la vida que querían. Así llegaron en 1948 al conurbano bonaerense: "Tierra de ilusiones y esperanzas", como dicen algunos carteles en la calle.

Somos un collage de los fuegos que nos deslumbraron. Cuando tenía ocho, la primera mujer presidenta se animaba a hacer lo que todos temían. La vi con sus tacones rosas en un mundo de esmóquines y quedé irremediablemente marcada. Que una puede ser lo que quiera ser, me lo enseñó Cristina, no Barbie.

Algo así me pasó cuando vi por primera vez a Malala Yousafzai. Estaban pasando su discurso de la ONU en Encuentro, su voz hizo que levantara la vista de mi dibujo. Contó que, en Pakistán, el régimen talibán no les permite a las chicas estudiar, pero que ella se atrevió a reclamar por el derecho a la educación y a incentivar a otras a hacerlo. Por eso, le dispararon en la frente. Ahí me cayó la ficha. El mundo es distinto para nosotras y nuestros derechos más básicos están a un golpe de derecha de volver a ser negados. Desde ese momento, ir a la escuela ya no era algo “natural”: era el fruto de una lucha, un derecho no conquistado en su totalidad y de defensa permanente.

Unos años más tarde, me empezaron a decir fundamentalista. Con ese discurso me incendié. Unas mujeres de la tierra de esperanzas, las Barrias, me mostraron que la lucha es conjunta, pero más que nada es abrazo. La primera trinchera es el cariño entre nosotras. Cuando transité mi más cruel invierno, las compañeras se acercaron y me enseñaron a abrasar el miedo. Quemar lo viejo, fertilizar con las cenizas y abrazar los brotes.

Me habían dicho que la noche de la entrega de diplomas del secundario era un momento especial, pero recién ese día lo sentí así. Mensajes volaban en el grupo de amigas: era un logro compartido. Unas horas antes de ir, me preparé. Rulos, ropa, perfume. Faltaban los accesorios… Un mes antes había perdido uno de los aritos circulares de mi abuela, cómo puteé ese día. A Chicha la conozco mayormente por historias, pero la siento siempre cercana. Esa noche era infaltable que esté: me estaba egresando y ya estaba anotada en la facultad. Mientras revolvía entre pulseras y aritos, la recordaba. Le encantaba estudiar, pero no la dejaron cursar la secundaria porque era mujer. Ella nunca se resignó. Encontré una de sus pulseras. Cuando mi nombre sonó por los altavoces, me levanté del asiento y mis borceguíes sonaron con eco. Arriba del escenario, puse los dedos en V con mi diploma y las perlas rojas de la pulsera brillaron. Entonces supe que mis pasos tienen historia.

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