Buenas! Pasó mucho tiempo desde que creé este blog y, de repente, me pareció necesario compartirles cómo me narro a mi misma. La hice para una materia de la facu (Taller 1 Klein 💚). Así que, acá va mi (mini) autobiografía.
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Autorretrato, 2020. |
Al rojo vivo
Nací en pleno incendio de 2001.
Con otro tipo de brasas, muchas mujeres han hecho hogueras para invocar
libertad. En Roque Pérez, mi bisabuela, un fuego bravo, decidió huir con mi
bisabuelo a construir la vida que querían. Así llegaron en 1948 al conurbano
bonaerense: "Tierra de ilusiones y esperanzas", como dicen algunos
carteles en la calle.
Somos un collage de los fuegos
que nos deslumbraron. Cuando tenía ocho, la primera mujer presidenta se animaba
a hacer lo que todos temían. La vi con sus tacones rosas en un mundo de
esmóquines y quedé irremediablemente marcada. Que una puede ser lo que quiera
ser, me lo enseñó Cristina, no Barbie.
Algo así me pasó cuando vi por
primera vez a Malala Yousafzai. Estaban pasando su discurso de la ONU en
Encuentro, su voz hizo que levantara la vista de mi dibujo. Contó que, en
Pakistán, el régimen talibán no les permite a las chicas estudiar, pero que
ella se atrevió a reclamar por el derecho a la educación y a incentivar a otras
a hacerlo. Por eso, le dispararon en la frente. Ahí me cayó la ficha. El mundo
es distinto para nosotras y nuestros derechos más básicos están a un golpe de
derecha de volver a ser negados. Desde ese momento, ir a la escuela ya no era
algo “natural”: era el fruto de una lucha, un derecho no conquistado en su
totalidad y de defensa permanente.
Unos años más tarde, me
empezaron a decir fundamentalista. Con ese discurso me incendié. Unas mujeres
de la tierra de esperanzas, las Barrias, me mostraron que la lucha es conjunta,
pero más que nada es abrazo. La primera trinchera es el cariño entre nosotras. Cuando
transité mi más cruel invierno, las compañeras se acercaron y me enseñaron a
abrasar el miedo. Quemar lo viejo, fertilizar con las cenizas y abrazar los
brotes.
Me habían dicho que la noche de
la entrega de diplomas del secundario era un momento especial, pero recién ese
día lo sentí así. Mensajes volaban en el grupo de amigas: era un logro
compartido. Unas horas antes de ir, me preparé. Rulos, ropa, perfume. Faltaban
los accesorios… Un mes antes había perdido uno de los aritos circulares de mi
abuela, cómo puteé ese día. A Chicha la conozco mayormente por historias, pero
la siento siempre cercana. Esa noche era infaltable que esté: me estaba
egresando y ya estaba anotada en la facultad. Mientras revolvía entre pulseras
y aritos, la recordaba. Le encantaba estudiar, pero no la dejaron cursar la
secundaria porque era mujer. Ella nunca se resignó. Encontré una de sus
pulseras. Cuando mi nombre sonó por los altavoces, me levanté del asiento y mis
borceguíes sonaron con eco. Arriba del escenario, puse los dedos en V con mi
diploma y las perlas rojas de la pulsera brillaron. Entonces supe que
mis pasos tienen historia.